Cuando estoy en la cama durmiendo y me encuentro soñando se me olvida por completo que soy el que está soñando el sueño, por consiguiente estoy distraído de la Verdad, y todo mi enfoque es en las imágenes que están teniendo lugar en el sueño.
Mi cuerpo reacciona como si las imágenes
que están teniendo lugar en el sueño tuviesen algún efecto sobre mi. A veces me
encuentro juzgando esas imágenes o comportamientos de la misma manera que a
veces me siento juzgado por esas imágenes. Y no importa lo que diga o lo que
haga soy yo quien termina experimentando los efectos pues todo juicio es hacia
mi mismo.
Sin embargo cuando entro en silencio y
atiendo atentamente lo que estoy sintiendo sin proyectar ningún significado a
esas imágenes, al dejar de interpretar lo que siento o lo que percibo, voy
sanando la culpa inconsciente a través de la ayuda del Maestro que Dios me dio,
el Espíritu Santo. Así poco a poco voy recuperando la cordura recordando que no
soy la víctima, ni siquiera el verdugo dentro del sueño sino que más bien soy
el soñador del sueño.
Es por eso que se me recuerda: “Él te
exhorta a que lleves todo efecto temible ante Él para que juntos miréis su
descabellada causa y os riáis juntos por un rato. Tú juzgas los efectos, pero
Él ha juzgado su causa. Y mediante Su juicio se eliminan los efectos.”
T.VIII.9:1-5
Y Lo que hace este proceso tan difícil es
el poder que las emociones ejercen sobre nosotros las cuales al ser interpretadas
se retroalimentan. Por consiguiente el proceso del perdón no es
intelectualizado sino que mas bien sentido.
Aprender a sentir sin justificar, sin
interpretar es el camino que libera la mente de la culpa inconsciente. Otra
manera de decirlo sería, aprender a sentir sin justificar, sin interpretar es
cómo permitimos que el Espíritu Santo haga Su trabajo. Aunque no aparente ser
fácil, no obstante es así de simple.