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“Nuestra función es perdonar
Nuestra única función en la tierra es el
perdón, pues a través de éste se nos conduce fuera del infierno y aprendemos la
función específica que Dios nos ha asignado, al darnos cuenta de que poseemos
todo lo que necesitamos para llevarlo a cabo. De esa manera nos liberamos de
nuestra culpa y miedo para realizar la labor específica a favor del Reino y
recibir su regalo de paz.
El perdón requiere un cambio en la
perspectiva de cómo vemos el mundo de ilusión. Mientras lo veamos como un lugar
donde hallamos placer y tratamos de evitar el dolor, nos haremos dependientes
de lo que está fuera. Amaremos lo que nos satisfaga y odiaremos lo que creamos
que pueda hacernos daño. En una percepción así la paz es imposible, pues el
placer o el dolor mundano sólo puede ocasionar conflicto: si creemos que algo
puede darnos placer, también tenemos que creer que puede darnos dolor. De esa
manera una inherente ambivalencia se incorpora a todas las cosas del mundo, y
el amor incondicional y permanente se hace imposible. El mundo se separa en dos
campos, y la sola creación de Dios se niega.
El placer y el dolor, por lo tanto, no
representan una verdadera alternativa puesto que representan una elección entre
ilusiones, lo cual le otorga al mundo un significado que no tiene. Volver a
Casa a Dios es su único significado. Él es inmutable, pero nuestras
percepciones y necesidades siempre cambian. Un día nos atrae esta persona,
objeto o devoción, y al día siguiente nuestras preferencias cambian a algo
distinto. Todas estas no son más que “míseras insensatas sustituciones, [de la
verdad], trastocadas por la locura y formando torbellinos que se mueven sin
rumbo cual plumas arrastradas por el viento…Se funde, se juntan y se separan,
de acuerdo con patrones cambiantes que no tienen sentido…” (T-18.I.7:6-7)
Esto difícilmente signifique que uno deba
vivir sin necesidades y preferencias. No viviríamos aquí en el cuerpo si esto
fuese así. Sin embargo, cuando ponemos nuestras vidas bajo la dirección del
Espíritu Santo Él nos ayuda a reconocer donde radican nuestras verdaderas
necesidades. El utiliza todo lo que es único en su género para
nosotros-nuestras virtudes así como nuestros defectos-para enseñarnos Sus
lecciones. El plan de Su lección es gradual y benévolo, y jamás se nos pide que
renunciemos a nada en absoluto. El Curso dice de si mismo: “Este curso apenas
requiere nada de ti. Es imposible imaginarse algo que pida tan poco o que pueda
ofrecer más” (T-20.VII.1:7-8). El Espíritu Santo simplemente nos pide que
miremos nuestras preferencias, de modo que Él pueda enseñarnos la diferencia
entre lo que verdaderamente nos hace felices e infelices y que elijamos
nuevamente lo que en realidad preferimos. El Curso nos dice: “No puedes
reconocer lo que es doloroso, de la misma manera en que tampoco sabes lo que es
dichoso, y, de hecho, eres muy propenso a confundir ambas cosas. La función
primordial del Espíritu Santo es enseñarte a distinguir entre una y otra”
(T-7.X.·:4-5).
Una vez experimentamos que es nuestra
elección el abandonar nuestra inversión en las cosas mundanas, esperando que
nos traigan la salvación o la felicidad, el resentimiento y el sentido de
pérdida o de sacrificio se hacen imposibles. Cuando fácilmente nos damos cuenta
de todo lo que Dios nos ha dado, “[pensamos] con feliz asombro, que a cambio de
todo esto [renunciamos] a lo que era nada” (T-16.VI.11:4). El camino hacia Dios
tiene por destino ser uno dichoso debido a Aquel hacia Quien nos conduce, pues
cuando nuestro deseo se armoniza con el del Espíritu Santo, sólo dicha y paz
pueden resultar. En esa unión de voluntades, se deshace el ego y desaparecen
sus aparentes regalos, eclipsados por el regalo único de Dios.
El propósito del perdón es ayudarnos a
lograr la percepción unificada de que este mundo no tiene nada que ofrecer
porque aquí nada es duradero y “no podemos llevárnoslo con nosotros”. Solo Dios
perdurará, y por lo tanto el valor real de las cosas mundanas radica en que nos
ayude a aprender esta lección que el curso nos enseña: el propósito del mundo
es enseñarnos que el mundo no existe. En si y por sí mismas, las cosas del
mundo no son ni buenas ni malas. Es el propósito que les damos lo que determina
su valor. El verdadero placer proviene del cumplimiento de esta función, al
hacer la voluntad de Dios en el contexto de nuestras vidas cotidianas. El dolor
es el resultado de la función incumplida, la negación de las lecciones de
perdón del Espíritu Santo. Sin que tengamos presente esta perspectiva mayor,
nos encontraremos de vuelta en la experiencia de necesidades que no se han
satisfecho en el pasado o en el presente.
Aprendemos la lección de perdón del
Espíritu Santo a través de nuestras relaciones y situaciones de vida. La gente
difícil que conocemos, las pruebas que pasamos, los sufrimientos que
experimentamos-todos tienen el mismo propósito básico de darnos la oportunidad
de mirar a través de la visión clemente del Espíritu Santo en lugar de los ojos
reforzadores de culpa del ego, para perdonar a los demás y a nosotros mismos.
Esto no significa que neguemos que en el mundo ocurren cosas que no deberían
ocurrir, sino sencillamente que hay otra manera de mirarlas que nos produce la
liberación última de todo sufrimiento: la profunda fe en la Presencia constante
de Dios que mora en nuestros corazones y que transforma el dolor en dicha. Como
afirma el Curso: “Ninguna forma de…sufrimiento puede prevalecer por mucho
tiempo ante la faz de uno que se ha perdonado y beneficiado a si mismo”
(L-pI.187.8:6).
Puesto que hay un solo problema sólo hay
una solución. El perdón corrige la culpa y hacerlo en verdad es hacerlo para
siempre. Al fracasar en perdonar, nos condenamos a un círculo aparentemente
interminable en el cual el pasado se repite en el presente, lo que Freud llamó
repetición-compulsión. Las lecciones que fracasamos en aprender en un periodo
temprano en nuestras vidas se presentan de nuevo, y nos ofrece oportunidades
que se repiten hasta que se aprenda la lección. Esta no es la cruel idea de una
broma que tiene el Espíritu Santo, Sino Su forma amorosa de ayudarnos a
atravesar por un problema de culpa que de otro modo no podríamos haber
atravesado. Si elegimos ver la lección como una carga adicional y una
maldición, permaneceremos condenados por la culpa que se refuerza a través de
proyectar la culpa sobre los demás. Cuando nos decidimos a aprender las
lecciones y elegimos perdonar, correspondientemente perdonamos a todos los que
no perdonamos en el pasado.
Para resumir, el solucionar un problema a
través del perdón es un proceso de reconocer en primer lugar que los demás no
son responsables de nuestra infelicidad, y en segundo lugar, que todas nuestras
necesidades y carencias se han satisfecho y sólo esperan por nuestra
aceptación. “Permítaseme reconocer que mis problemas se has resuelto”
(L-pI.80). Más allá de nuestra culpa está la abundancia y la plenitud de Dios.
Nuestra decisión de querer únicamente esa abundancia para nosotros mismos y
para todos los demás es la decisión de perdonar. Es una decisión que le permite
al Espíritu Santo ayúdanos a cumplir la única función que en verdad tenemos,
pues es la única función dada por Dios y la que hace posible a todas las demás.
Únicamente aquí se encuentra el verdadero placer, pues solo en la paz de Dios
encontramos descanso para nuestras almas.
La decisión de permitir que el Espíritu
Santo tome nuestras decisiones por nosotros es insultante sólo para el ego, y
éste nos acusaría de quietismo o pasividad neurótica. Sin embargo, nuestra
pasividad radica simplemente en dejar atrás a nuestro ego de modo que el ímpetu
para nuestra vida proceda de Dios. Energizados por Su Poder, salimos al mundo a
realizar la obra del Espíritu Santo, al tenerlo a Él como guía, en lugar del
ego. Nos tornamos pasivos a los caprichos del ego pero activos a la Voluntad de
Dios. Esto nos asegura que Su Voluntad se hace en nuestros corazones y a través
de todo el mundo, de manera que todos encuentran la paz en medio de la guerra,
unidad en la disensión y amor frente al odio.
El Espíritu Santo nos pide que veamos
todas las cosas como lecciones de perdón que Dios quiere que aprendamos. Así
recorremos el mundo en espíritu de gratitud por las oportunidades que se nos
ofrece para liberarnos de la culpa. Cada situación puede enseñarnos esto
mientras permanezcamos receptivos a aceptar su regalo. Lo que pedimos se nos
concede. Si nos asomamos a un mundo de miedo, y vemos allí el miedo que se
oculta en nuestros corazones, es este miedo lo que recibiremos. Si en cambio le
ofrecemos perdón al mundo, al ver en todo ataque un desesperado grito de ayuda,
será nuestro propio perdón lo que encontraremos.
Las prisiones de culpa y miedo que
establecemos para nosotros mismos y para los demás, cuando se las entregamos al
Espíritu Santo, se transforman en santuarios de perdón. Ahí se deshacen
nuestros “pecados secretos y odios ocultos” al verlos en otros y abandonarlos
luego, trayéndole al fin La Paz a todos aquellos que “deambulan por el mundo
solos, inseguros y presos del miedo” (T-3.VIII.9:2; T-3.VIII.7:1). Nosotros
vagamos entre ellos, Y así somos traídos una y otra vez a este santos recinto
por el Mismo Santísimo, de modo que podamos elegir reconocer en cada uno la
santidad que hemos olvidado, y que ahora nuestro perdón nos recuerda.
¿No debemos sentirnos agradecidos,
entonces, por lo que alguna vez nos parecía una maldición del infortunio? ¿No
debemos permitir que el cántico de gratitud llene nuestro corazón porque el
Cielo no nos ha dejado solos en nuestra prisión de miedo, sino que en su lugar
se haya unido con nosotros allí para que todas las criaturas de Dios sean
libres? ¿Y no debemos despertar cada mañana con ésta oración de acción de
gracias en nuestros labios, agradeciendo a Dios las oportunidades que Él nos
traerá?
´Padre, ayúdame en este día a ver solo Tu Voluntad en todo aquel que encuentre; que puedas enseñar la única lección que Tú quieres que yo aprenda: que todos mis pecados han sido perdonados porque yo los he perdonado en todos los hermanos y hermanas que Tú me has enviado. Ayúdame a que no sea tentado por mi miedo a odiar o a condenar, sino que sólo permita que el perdón se pose en mis ojos de modo que pueda ver Tu amor en todo aquel que encuentre hoy, y que sé que también está en mi´”
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