“Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. Y lo que le desees a él será lo que recibirás.” T-20.V.3:6-7
Comentario: Aquí podemos observar como Un Curso de Milagros utiliza otro
juego de palabras para transmitir el mismo mensaje. Siendo conscientes de que
sólo hay uno, de que no hay separación entre mi hermano y yo, miremos
sutilmente como utiliza la relación con mi hermano para restablecer la cordura
en mí.
La primera oración de ese extracto dice:
“Se te concederá
poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz.”
T-20.V.3:6
El ego que percibe solo separación
argumentaría que cómo sería posible desearle paz a un hermano, especialmente
uno que según yo ha sido la causa de mi sufrimiento, o la causa de sufrimiento
hacia otros. Es un argumento perfecto debido a que no tiene sentido desearle un
bien a todo aquel que lo que hace es infligir dolor. Mas sin embargo independientemente
de lo que nuestro hermano haya hecho quien está experimentando el dolor somos
nosotros mismos.
Esto quizá parezca “injusto” mirándolo
desde la superficie pero el hecho es que quien está pagando el precio no es el
acusado sino que el acusador. Mas sin embargo si hacemos lo que Jesús nos
exhorta en ese extracto algo muy curioso tiene lugar. Y es ahí cuando
experimentamos el beneficio de el cual habla la segunda oración de ese extracto
que dice:
“Y lo que le desees a
él será lo que recibirás.” T-20.V.3:7
Siendo todos parte de lo mismo, lo que
deseo para ti no puede ser sino lo que deseo para mi. Independientemente de lo
que mi hermano haya hecho o no, si le deseo castigo soy yo quien experimento la
consecuencia de ese deseo, pues lo que doy recibo, mas si le deseo paz, soy yo
quien experimento eso que le deseo a mi hermano.
No obstante, debido a que nuestra mente
está tan identificada, primero con la creencia en la separación y es por eso
que aparento ver un hermano separado de mi, y también con el victimismo ya que
esa es la culpa inconsciente que aparenta ser el motor que dirige nuestra forma
de percibir cada experiencias, se nos hace aparentemente imposible ver inocente
a un hermano que ante toda la lógica del mundo es culpable. Pero tenemos que
recordar, aunque a principio sólo sea de manera intelectual, que lo que
sentimos hacia un hermano es en realidad lo que sentimos hacia nosotros mismos,
solo que no queremos verlo.
No queremos ver nuestro deseo
inconsciente de sentirnos como víctimas y es por eso que se lo proyectamos a
las imágenes que inconscientemente fabricamos y así poder cumplir ese deseo.
Reconozco que esto no es una píldora muy fácil de tragar, especialmente cuando
inclusive podríamos atestiguar de haber sido víctimas de experiencias horríficas.
Mas Un Curso de Milagros nos recuerda: “El
secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo
todo esto a sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque, eso sigue siendo
verdad. No importa quién desempeñe el papel de enemigo y quién el de agresor,
eso sigue siendo verdad. No importa cuál parezca ser la causa de cualquier
dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue siendo verdad. Pues no reaccionarías
en absoluto ante las figuras de un sueño si supieses que eres tú el que lo está
soñando. No importa cuán odiosas y cuán depravadas sean, no podrían tener
efectos sobre ti a no ser que no te dieses cuenta de que se trata tan sólo de
tu propio sueño” T-27.VIII.10:1-6
Por consiguiente necesitamos ayuda. Es
así como el Espíritu Santo nos enseña a percibir las cosas de otra manera.
Entonces lo que ocurre es que lo que antes se percibía como un ataque ahora se
reconoce como una petición de amor. Esto no justifica el comportamiento de
nuestro hermano pero si nos apoya en por lo menos acceder a una manera
diferente de percibir nuestras experiencias lo cual nos conduce a no pasar por
alto ese amor incondicional que mora en cada uno de nosotros. Mientras más
somos conscientes de ese amor se nos facilitará pasar por alto lo que las
imágenes nos muestran ya que nos sentimos conectados con nuestro amor. Y no
podremos sino que ver la faz de Cristo en nuestros hermanos como resultado de
haberla reconocido en nosotros mismos.
Y como deseamos seguir experimentando ese
amor en nosotros, cada vez que se perciba algún tipo de “injusticia” hacia
nosotros o hacia alguien, nuestro deseo de no querer perder consciencia de
nuestra paz, de nuestra valía, de nuestro amor, es lo que nos conducirá a ver
la valía de nuestro hermano y a desearle la paz. No porque eso es lo que le
deseamos a “él”, sino que es porque es lo que deseamos para nosotros mismos. Y
aunque esto aparente sonar “egotista”, en realidad ese tipo de “egoísmo” es lo
único que podrá restaurar la paz en la mente del Santo Hijo de Dios.