Por consiguiente, como la vida no es placer, placer, placer,
placer…, es por eso que no se experimenta felicidad permanente. Sin embargo,
cuando hablamos de felicidad en este contexto, en realidad estamos hablando de
paz interior. Una persona que está en paz es una persona que es verdaderamente
feliz. Dado que la paz es lo que subyace toda experiencia, el placer al igual
que el dolor se aceptan en ese estado de paz. En otras palabras el placer al
igual que el dolor se aceptan en ese estado de felicidad. Y en ese sentido es
que se puede dar uno cuenta que uno es feliz en todo momento,
independientemente de los sentimientos y las experiencias que van teniendo
lugar.
Cuando esa comprensión se asienta, la búsqueda del placer se
cae por su propio peso. Eso no implica que no se experimente placer. Pero si
implica que ya no vamos en búsqueda de ello porque al ser feliz por el mero
hecho de ser consciente de la paz que mora en cada uno de nosotros no hay razón
para buscar ningún placer para sustituir ese estado de paz, de felicidad en el
que ya descansamos.
Ahora el placer se vive, se disfruta, no hay culpa, solo una
expresión de las innumerables formas de expresión que la experiencia humana
tiene. Solo que esa expresión, al no endiosarla, no nos manipula. Cuando viene
se vive y cuando se va se suelta. Y lo mismo con el dolor. Cuando viene se vive
y cuando se va se suelta.
A final de cuentas los dos son lo mismo. Por eso Un curso de
milagros me recuerda, “El pecado oscila entre el dolor y el placer, y de nuevo
al dolor. Pues cualquiera de esos testigos es el mismo, y solo tienen un
mensaje: ‘Te encuentras dentro de este cuerpo, y se te puede hacer daño.
También puedes tener placer, pero el costo de este es el dolor’. A estos
testigos se unen muchos más. Cada uno de ellos parece diferente porque tiene un
nombre distinto, y así, parece responder a un sonido diferente. A excepción de
esto, los testigos del pecado son todos iguales. Llámale dolor al placer, y
dolerá. Llámale placer al dolor, y no sentirás el dolor que se oculta tras el
placer. Los testigos del pecado no hacen sino cambiar de un término a otro,
según uno de ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo”.
T-27.VI.2:1-9