Desde que mi vida es regida por esa afirmación, todo sufrimiento se ha ido desintegrando y reemplazado por una paz interior y una apertura de corazón. Cada escenario que la vida presenta se ve como un ocurrir involuntario en el que se me invita al observar si surge algún deseo, preferencia, u objeción que rechace la experiencia presente de manera que pueda una y otra vez ser consciente de que si dejó a un lado mis deseos, preferencias, e ideas de cómo las cosas "deberían" ser, o como quisiese que fuesen, descanso en ese estado de paz y dicha que sólo se experimenta cuando existe una completa y total aceptación de lo-que-es.
No estoy
insinuando que deseos ni preferencias hayan dejado de surgir. La condición
"humana", siendo una de separación, da lugar a que deseos y preferencias
tengan lugar. No hay que luchar contra ello. Solo que ahora pueden ser
observadas inocentemente, sin apego, si necesidad de perseguirlas una vez se
hace uno consciente de que ahi no hay nada. Pero esto llega generalmente con la
experiencia directa de haber perseguido esos deseo y darse uno cuenta que no
había nada.
Para el
sistema de pensamientos de el ego es insólito aceptar esta declaración.
Inclusive, se le hace imposible ver que esa sea una manera factible o posible
de vivir. Pues todo deseo, que por cierto proviene del ego, parte de la premisa
de que si los mismos se cumplen encontraré mi paz y mi felicidad.
Es por eso
que la vida, tal como se nos ha enseñado a experimentarla, se vive como una
constante lucha por cumplir todos nuestros sueños, todos nuestros deseos, sin
darse uno cuenta que todo lo que hace es alimentar el sufrimiento. Esto no es
tan obvio cuando está uno en persecución de sus deseos. Pero sí se hace
inevitablemente obvio cuando los deseos se manifiestan, si es que eso tiene que
tener lugar en el guión, y se da uno cuenta que aunque puedan generar un
subidón temporal, la paz y felicidad que tanto se desea no está ahí. Es como si
cada vez que creemos haberla "alcanzado" la misma como por arte de
magia desaparece.
Esto nos lleva
a un segundo planteamiento, lo cual es la razón por la que se sigue
persiguiendo otra meta, otro deseo una vez que el previo ha sido alcanzada. Es
el confundir la felicidad con el placer. Siempre y cuando esa creencia se
sostenga, el ser humano se la pasará en una interminable búsqueda de la
felicidad a raíz de la persecución constante del placer. Establece nuevas
metas, persigue nuevos sueños, nuevos horizontes que una vez alcanzados cae en
el abismo del dolor y del sufrimiento.
Cuando
finalmente, después de tantos "éxitos" y "fracasos",
después de tanto placer y dolor, después de todos los altibajos, los que están
listos para ello emprenden una búsqueda, llámesele espiritual, introspectiva,
etc. Un curso de milagros lo plantea de la siguiente manera, "La
resistencia al dolor puede ser grande, pero no es ilimitada. A la larga, todo
el mundo empieza a reconocer, por muy vagamente que sea, que tiene que haber un
camino mejor,” T-2.III.3:5-6
Ahí es
cuando después de un largo camino recorrido la paz se empieza a valorar sobre
todas las cosas. Entonces, en un estado de humilde rendición se dice,
"¡que se haga Su Voluntad!"
Cuando esa paz empieza a establecerse en la mente, donde la lucha es
reemplazada por la confianza, el sacrificio por la aceptación y el miedo por el
amor, una suave y dulce sonrisa ilumina nuestro rostro. Es entonces cuando se
hace uno consciente de que la verdadera paz y felicidad siempre estuvo
presente, sólo que opacado por metas, deseos, sueños fútiles e insignificantes.
La verdadera felicidad ahora se reconoce, no como un estado
"especial" que solo se experimenta cuando circunstancias surgen de
una manera o cuando deseos o sueños se cumplen. La verdadera felicidad se
experimenta como lo que en realidad es; paz interna en la vida cotidiana.