Entonces, ¿por
qué se le da tanta importancia a las interpretaciones y se pasa por alto el
vivir? Por el miedo a la muerte. Siempre que exista ese miedo, el vivir será un
constante proceso de interpretaciones para que me alejen de no tener que pensar
en la posibilidad de morir. Cuando el miedo a la muerte se desvanece, la vida
se acepta tal y como viene.
Se acepta el dolor,
al igual que el placer, como una experiencia vivida, no interpretada. La
tristeza, la apatía, el resentimiento, la ira, la depresión y cualquier
derivado de lo que se podría considerar una experiencia dolorosa se vive. Ahí
no hay miedo, no hay sufrimiento. Lo que hay es vida pura. De la misma manera,
el placer, la adrenalina, la excitación, cualquier derivado de lo que se podría
considerar una experiencia placentera se vive igual.
Ese es el
“secreto”, por no saber que otra palabra utilizar, de lo que la felicidad es.
De lo que la paz es. El miedo a morir todo lo que hace es llevar a la mente a
un pensamiento futuro. Un pensamiento futuro que ¡no existe! Porque lo único
que está teniendo lugar es ¡el momento presente! Y, de nuevo, si el momento
presente no se vive, y simplemente se niega, se vive uno arrastrado por la
polaridad. Y la polaridad es el vaivén entre el dolor y placer, en el que no
hay paz.
Cuando empieza
uno a abrirse a vivir la vida tal como se presenta, se da uno cuenta de que
todo movimiento, sea doloroso o placentero, es pasajero. Y lo curioso del caso es
que, ya soltando el miedo a la muerte, que, de nuevo, la muerte no puede
existir en el momento presente mientras sea uno consciente, la vida se puede
convertir en una aventura. Imagínate lo que sería estar experimentando un movimiento,
llamémoslo apatía, y, en vez de sentirte mal por ello, le das la bienvenida, lo
exploras, lo vives completamente, sin importarte lo que pueda tener lugar en el
“futuro”. Te conviertes como en un científico que estudia meticulosamente un
tipo de planta. Toda su pasión, todo su enfoque está ahí. Eso es estar
presente, estar viviendo.
Eso es lo que
podríamos hacer con todas nuestras emociones y movimientos que surgen. Luego,
el movimiento se va y es reemplazado por otro en la polaridad. Y disfrutas de
ese nuevo movimiento, sólo que no te apegas a él. Estás viviendo. Eso es este
momento. ¿Surge miedo? Explóralo, vívelo, siéntelo, experiméntalo. Eso es vivir
el presente. Eso es vivir. Eso es ser feliz.
Con esa actitud
en pie, ¿qué tipo de movimiento podría tener lugar en nosotros que no fuese
bienvenido? Esta forma de vida, prestando atención a la experiencia presente,
viviendo la experiencia tal como se presenta, es lo que permite que la mente no
divague hacia el futuro o hacia el pasado. En ese sentido, creámoslo o no,
desaparece por completo la identificación con un “yo”. Sólo cuando la mente
interpreta cualquier experiencia presente y la lleva a un “futuro” o a un
“pasado” tiene que adherírsela a un “yo”. “Yo” me siento preocupado por lo que
a “mí” me pueda ocurrir. “Yo” me siento culpable por lo que “yo” hice. Pero
cuando uno está presente totalmente, inmerso en la experiencia, llámesele
placentera o dolorosa, dejando de pensar en términos de “yo” estoy sintiendo
esto, tal como el científico que estudia esa nueva planta, él está arropado por
la experiencia misma, no hay un “yo” haciendo nada. Lo que hay es un
“haciendo”.
Observó que cada
vez que me pongo escribir siento como que desaparece el “yo” que escribe y lo
que hay es la experiencia misma de escribir. Sólo cuando me trato de esforzar en
escribir es que la inocencia del momento presente se pierde. Es por eso que,
observo cada vez más que al experimentar cada movimiento que surge, si lo
despojo de interpretaciones, de significados, estoy viviendo.
Si no me gusta lo
que siento, e intento evadirlo o suprimirlo, aunque el cuerpo esté respirando,
no estoy viviendo, estoy muriendo. Porque la realidad es que no quiero vivir.
Pero la vida, constantemente, me enseña a aprender a vivir. Y sentir todos los
movimientos de la vida es parte de lo que es vivir. Y si dejo de temerle a
cualquiera de esos movimientos, especialmente a los dolorosos, dejo de temerle
a la vida.
Así que, como
dice la canción interpretada por mi compatriota Marc Anthony, “Voy a reír, voy a bailar / Vivir mi vida La
la la la…”. Y, si no le temo a la vida, y estoy dispuesto a vivirla
completamente, también se le puede añadir, “Voy a sentir, voy a llorar / Vivir
mi vida la la la la…”.