Wednesday, February 27, 2019

Cuando Se Confía En La Vida Todo Se Simplifica

Voy a hacer unas preguntas al azar y contestémoslas lo más honestamente posible.

¿Estoy bien con lo que siento ahora mismo? ¿Sí o no?
¿Tengo la cantidad de dinero suficiente que necesito? ¿ Sí o no?
¿Estoy en una relación con alguien que deseo? ¿ Sí o no?
¿Si no estoy en una relación, estoy bien con ello? ¿ Sí o no?
¿Tengo un empleo que deseo? ¿ Sí o no?
¿Estoy conforme con las condiciones en las cuales se encuentra mi país? ¿ Sí o no?
¿Tengo lo que desearía comer en este momento, o lo suficiente para comer? ¿ Sí o no?
¿Estoy experimentando el estado de salud que deseo? ¿ Sí o no?

Aunque la lista de preguntas podrías ser interminable, paremos aquí.

Las preguntas a las que le contestaste sí pueden ser descartadas. No obstante, a las que contestaste no, pregúntate ¿por qué? Y la respuesta, creámoslo o no, es falta de confianza en la vida. Porque si la vida está a cargo de todo lo que tiene lugar en mi experiencia, y las cosas no van como yo quisiera que fuesen, tengo que, por definición, no confiar en la vida. Tengo que, por definición, no confiar en el amor.

Esa actitud de falta de confianza genera dolor, sufrimiento, impotencia, preocupación y cualquier otro concepto que se le pueda adherir al miedo. Esa actitud hace que aparente como que el amor no puede existir, como que el amor me ha abandonado. Pero, por más que sea ignorado, el amor SIEMPRE está presente porque forma parte del momento presente.

Entonces, cualquiera de las experiencias que estén teniendo lugar, al formar parte del momento presente, forman parte del amor mismo. Ese amor que se pasa por alto porque el momento presente no va en acorde a como yo creo que "debería" ser.

Si puedo confiar plenamente en la vida, plenamente en el amor como mi único sustento, sabiendo que todo lo que la vida hace es para bien, aunque quizás no lo entienda, a todas esas preguntas que hice, al igual que a la interminable lista de preguntas que se podrían formular, la contestación sería un rotundo ¡sí!

La conclusión a la que he llegado, que no digo que sea la correcta, pero la siento muy congruente es, si hay sensaciones, emociones, sentimientos y no deseo sentirlos, querré evadirlos, evitarlos, suprimirlos. Y la manera en que la mente hace eso es fantaseando sobre cómo quisiera que las cosas fuesen. Y, de nuevo, ese es el rechazo al momento presente, ese es el rechazo al amor por falta de confianza.

Cuando, no obstante, aprende uno a aceptar cada experiencia, sin deseo alguno de que fuese diferente, las historias que la mente pudiese fabricar inmediatamente pierden todo su poder.

¿Implica esto que si los deseos surgen deberían ser ignorados? Mi experiencia es, cuando los deseos surgen, se observan, y, si hay la inclinación de moverse en dirección hacia ellos se hace por el mero disfrute de hacerlo. No hay expectativa. Lo único que hay es el disfrute de lo que está teniendo lugar en el momento. Y aunque pueda surgir la curiosidad de ver hacia dónde nos lleva, se ve como una aventura sin apego a resultados.

Ahora entramos en un nuevo estado de comprensión, en el que nos damos cuenta de lo pasajero de cada experiencia, de lo pasajero de cada sentimiento. Y, si por encima de ello podemos aceptar con toda certeza que el amor presente constantemente nos ofrece regalos que sólo sirven para ponernos en contacto con nuestra inocencia, con nuestra dicha, con nuestra paz, donde no hay necesidad de proyectar un futuro que creamos pueda ser “mejor” que este instante, la vida es una aventura.

Y cuando haya sensaciones que puedan ser incómodas, tales como tristeza, apatía, melancolía, sufrimiento, que no estoy insinuando que deba uno sentirse contento cuando esas sensaciones estén ahí, la confianza plena en la vida misma nos ayuda a vivirlas. Sabiendo que todo obra conjuntamente para el bien, cuando hay esa confianza en el momento presente, cuando hay esa confianza en la vida, aunque la mente pueda fabricar historias, ahora se convierten en música de fondo y dejan de ser distracción de la experiencia presente. Dejan de ser distracción del amor que ahora mismo está presente. Y, si alguna requiere de nuestra atención, se atiende, pero sin resistencia. Solo se mira con comprensión, con acogimiento, con bondad. Se atiende como si fuese un niño que llora, un niño que lo que necesita es un abrazo, no un tortazo.

¿Dónde está ahora la complejidad? ¿Dónde está el problema? Lo único que existe es apertura. Lo único que existe es posibilidad. En ocasiones, cuando me siento mal, y la mente quiere fabricar una historia sobre posibilidades, vuelvo a recordar que ese sentimiento está ahí porque la vida me está llevando a atenderme. Entonces, hasta sentirme mal es beneficioso.

¿Cómo no sé si sentirme mal fue lo que me llevó a no salir de casa y, por consiguiente, no terminar involucrado en un accidente de tráfico? ¿Cómo no sé si sentirme mal fue lo que me llevó a no comer algo que hubiese querido comer y que, a su vez, me hubiese hecho daño? ¿Cómo no sé si sentirme mal fue lo que me llevó a no decir algo a alguien cuya consecuencia no hubiese sido nada beneficiosa? ¿Cómo no sé si sentirme mal fue lo que me llevó a un estado de total humildad y vulnerabilidad para rendirme completamente de manera que, por primera vez, pudiese abrirme a una Sabiduría en mí ignorada? Si pudiésemos darnos cuenta de que todo es orquestado por el amor mismo para beneficio del amor mismo, no habría cabida para que el miedo existiese.

Los hechos son, lo acepte o no, que ahora mismo estoy donde tengo que estar, estoy con o sin quien tenga que estar, tengo exactamente lo que tengo que tener, hago exactamente lo que tengo que hacer; si es que hay algo que se tenga que hacer, siento lo que sea que tenga que sentir, y, si lo resisto, sufro. Por lo tanto, la oración con la que empiezo cada día es: “que se haga en mí Tu Voluntad”.

El resto es un misterio al que, con los brazos y con mi corazón abierto, le doy la bienvenida.